Hace unos 25 años un amigo me contó que detuvieron a un conocido que militaba en la izquierda aber-tzale y, tras un interrogatorio en el que le sometieron a malos tratos, le dejaron libre en una estación, aterrado, sin saber ni siquiera dónde se encontraba. Esa experiencia le causó un trauma muy grande y me explicó que las secuelas que le quedaron fueron terribles. Han pasado 25 años y no me he olvidado de aquella conversación, y aunque no he vuelto a saber nada de aquel chico, no sé si se le hizo justicia, pero al menos espero que haya podido superar aquella amarga experiencia.

Le dejaron libre y sin cargos: no le juzgaron pero le hicieron las de Caín. ¿Quién ordenó que el interrogatorio se hiciera bajo tortura? ¿Quién le maltrató? ¿Les juzgaron por haber cometido aquella crueldad? ¿Se tomaron medidas para prevenir la tortura o todo continuó igual? Le dejaron libre y sin cargos pero aunque hubiera habido indicios de que hubiera cometido un delito, en ningún caso se merecía semejante maltrato: en un Estado de Derecho hay que proteger a la persona, si ha delinquido se le juzgará y se le impondrá la pena correspondiente, pero la tortura y los malos tratos están prohibidos y son inhumanos.

En aquella misma época, otro amigo me confesó que tenía un familiar muy cercano que había estado en la cárcel. Le acusaron de colaborar con ETA, le impusieron una pena de 10 años y estuvo preso los mejores años de su vida. Tanto ETA como la Guardia Civil le pillaron cuando era muy joven, apenas sabía lo que hacía y no midió las consecuencias: no era consciente de lo que suponía colaborar con una banda terrorista y tal vez no se paró a pensar que podían detenerle y, desde luego, no se imaginaba que le caería semejante condena. Su familia no era afín a ETA y de alguna manera pudieron influir en el chaval, y aunque éste decidió que al salir de la cárcel no tendría ningún vínculo con la banda armada, aceptó su disciplina y cumplió íntegramente la condena sin solicitar beneficios penitenciarios. Incluso pasó por el trámite del homenaje que le “brindó” la izquierda abertzale. Después de cumplir con la justicia y con ETA, quedó libre; y es que la sombra de Yoyes era muy alargada y en muchas ocasiones más duro que estar en la cárcel era salir y encontrar en tu propio pueblo pintadas en las que te calificaban de “traidor”, ya que en el mejor de los casos te volvían a juzgar y se te imponía la pena de hacerte el vacío el resto de la vida.

Han pasado muchos años, más de medio siglo, ETA ha desaparecido pero en la calle se siguen escuchando las mismas reivindicaciones. No tiene poco mérito la autodenominada “izquierda abertzale”, ya que su discurso ha impregnado nuestra sociedad cual mancha de aceite y ahí permanece: en su opinión es la conculcación de los derechos de los presos de ETA el principal ataque a los derechos humanos que se ha hecho y se sigue haciendo en Euskal Herria, prácticamente el único, y nunca se habla de los crímenes que cometieron dichos presos, ni de las víctimas que generaron. Cuando se hablaba de las víctimas de ETA era para difamarlas; antes de los atentados, para ensuciar su nombre y preparar en cierta forma a una parte de la sociedad, o para justificar su asesinato después de haberles quitado la vida. Y es que la reivindicación de los derechos de los presos ha sido algo omnipresente, la sociedad ha estado continuamente interpelada, y la izquierda abertzale ha pretendido vender todas sus reivindicaciones en el mismo saco: y si no comprabas todo el lote y te atrevías a expresar que no estabas dispuesta a comprar los desperdicios que te querían meter, te convertías en su enemiga. Y claro que estamos a favor de los derechos humanos de todas las personas -no como ellos, que solamente defienden los derechos de los “suyos”- pero nos negamos a comprar toda su intolerancia y su legitimación de la violencia y no cejaremos en el empeño de sacarlas del mercado.

Mientras tanto el dedo acusador de la izquierda abertzale sigue señalando a los poderes del Estado, y es cierto que no hay que bajar la guardia en la defensa del Estado de Derecho y en el respeto a los derechos humanos, pero qué poco se ha hablado de la perversión de ETA hacia sus miembros y de su cruel política penitenciaria; porque en su brutal cabalgada no solamente ha sacrificado las vidas de sus víctimas, sino que ha captado a cientos de jóvenes para ejercer la violencia, sacrificando también sus vidas y las de sus familias, y cuando entraban en la cárcel les imponía sus condiciones, ignorando su voluntad y sus necesidades en favor del colectivo de presos de ETA, para controlarlo y manejarlo a su antojo.

¿Cuándo se revelará esta sociedad frente a esta ideología perversa? Y no hablo del nacionalismo, del socialismo o de la independencia. Me refiero al totalitarismo, a la herencia de la cultura de la violencia, al hecho de reivindicar una serie de derechos humanos negando y ocultando otros que están íntimamente ligados entre sí, al miedo a cuestionar a determinadas personas y colectivos, al silencio, a la indiferencia. ¿Cuándo nos atreveremos a decirles que ya vale, que se guarden sus mentiras y también sus medias verdades?

Para terminar quiero denunciar que, tal y como hacían cuando éramos niños y jóvenes, siguen queriendo imponer su esquema y su visión perversa en la sociedad, sin ningún reparo, incidiendo principalmente en los jóvenes y trasladando en cierta medida ese mismo esquema al ámbito de los niños. Tengo claro que los niños son absolutamente inocentes y hay que protegerles y ayudarles en lo que necesiten, pero aunque no soy experta en estos temas no sé si con campañas como las de “los niños de la mochila” realmente se les ayuda o se les utiliza, como hacen con los adultos. Aún así, no veo mal que se les tenga en consideración, se les dedique canciones o se les muestre afecto, todo les hará falta para salir adelante. Lo que me provoca muchísima pena es que en todos estos años no haya habido un solo payaso euskaldun que le haya dedicado una canción a un niño o a una niña asesinada por ETA, o se haya acordado de todos los que quedaron huérfanos, o se haya solidarizado con aquéllos que perdieron su libertad junto con sus padres y sus madres porque vivían bajo la amenaza de ETA, y qué decir de aquéllos que crecieron entre psicólogos, operaciones y prótesis, debido a las graves heridas físicas y psicológicas que les ocasionó ETA. Quedo a la espera de la revolución que tiene pendiente en esta sociedad cada uno y cada una de nosotros, y, mientras tanto, soñaré que los payasos y las payasas de Euskal Herria también se acuerdan de esos niños y niñas a los que tanto daño causó ETA.