winston Churchill decía que "un pesimista ve la dificultad en cada oportunidad", mientras que "un optimista ve la oportunidad en cada dificultad". Y, con su habitual sorna, añadía: "No parece ser muy útil ser otra cosa" que un optimista.

Son fechas de análisis y miradas sombrías respecto a nuestra evolución global. Y, sin embargo, los datos demuestran que el mundo no empeora, sino que mejora. Vivimos mejor que nuestros antepasados: la esperanza de vida aumenta, la mortalidad infantil desciende, el analfabetismo se reduce, la riqueza y la renta es mayor, la pobreza extrema va mitigándose, la igualdad de género va siendo cada vez una realidad más palpable, las posibilidades para vivir una vida sana están cada vez más en nuestra mano y somos más libres. Sí, a pesar de todo.

Eso no significa que vivamos en mundo idílico. Estamos ante un combate siempre inacabado, como la vida misma. En permanente evolución, desarrollo y adaptación. Al igual que las amenazas que penden sobre esa transformación positiva, como el hambre, la extrema concentración de la riqueza, las guerras, las injusticias, las imposiciones o el cambio climático. Pero quizás nuestra visión tenga un tono pesimista porque somos más exigentes que nunca, lo cual es, precisamente, algo positivo. Denota un espíritu crítico de superación, saludable e imprescindible. Y, probablemente, porque, a través de los medios de comunicación, recibimos más noticias negativas que positivas, con lo que nuestra percepción del mundo que nos rodea transcurre en consonancia con esa circunstancia. Resulta recurrente comprobar la paradoja de que en todas las encuestas la percepción que los ciudadanos tenemos sobre la situación general es siempre peor que la propia o particular.

En 2020 veremos si conseguimos revertir los retrocesos que se han dado en una gobernanza global y multilateral para tender a ordenar las relaciones entre los pueblos sobre la base de valores como la paz, los derechos humanos y la prosperidad económica, social y medioambiental; seguiremos asistiendo a la pugna económica, comercial, tecnológica y estratégico-militar entre Estados Unidos y China que lo condicionará todo o casi todo, incluyendo como telón de fondo unas elecciones norteamericanas que, seguramente, ganará Donald Trump, a pesar del impeachment, acentuando su abrupta visión estratégica de Estados Unidos, del mundo y de Estados Unidos en el mundo; a una Unión Europea que deberá ir demostrando que verdaderamente quiere ser un actor global, mientras gestiona su reto existencial con sus relaciones futuras con el Reino Unido e inicia su refundación bajo el ambicioso proyecto del Pacto Verde; a una Rusia que, a pesar de su debilidad económica, tratará de seguir ganando en influencia intentando rememorar sus "felices" años imperiales; a una Asia que seguirá incrementando su protagonismo como teatro central de operaciones del mundo global, sin olvidar el avance de África y la siempre explosiva e influyente situación de Oriente Medio y el Golfo arábigo con Israel, Palestina, Siria, Irán, Irak y Arabia Saudí; y a la recuperación económica de los países emergentes.

Pero en medio de todo esto, que nos evoca a inevitables tensiones y riesgos, conviene tener presente que la prosperidad global está aumentando. Al día de hoy, el bienestar global ha alcanzado su nivel más alto, según el Índice de Prosperidad Legatum. En la última década, de los 167 países que analiza dicho registro, la prosperidad ha disminuido en 19 países, mientras que ha mejorado en 148, lo que representa más del 99% de la población mundial.

Según las cifras del Banco Mundial, más de mil millones de personas han salido de la pobreza extrema desde 1990, dejando la proporción de la población en ese nivel en un 10% que, aunque sigue siendo inaceptable, es la más baja desde que se registran estas estadísticas. El 85% de las personas pobres del mundo, 736 millones de personas, vive en Asia meridional y África al sur del Sahara. Y en tan solo cinco países, según cifras de 2015: India, Nigeria, la República Democrática del Congo, Etiopía y Bangladesh. Por lo tanto, para reducir la pobreza extrema a nivel mundial, es fundamental acelerar los avances en estos cinco países y en el resto de Asia meridional y África al sur del Sáhara.

Sin embargo, la clase media mundial nunca ha sido tan grande, la desigualdad global entre los países del mundo se ha reducido y la mitad de la humanidad vive en democracias. Aunque existe una preocupación justificable por las crecientes desigualdades dentro de los países, tanto en el mundo en desarrollo como en el menos desarrollado, la desigualdad global entre países lleva disminuyendo durante varias décadas. Por primera vez desde la Revolución Industrial, aproximadamente la mitad de la población mundial puede considerarse como clase media.

Por su lado, cerca de la mitad de la población en el mundo vive ahora en democracias, muy lejos de lo ocurrido en la mayor parte de la historia de la Humanidad durante la cual la gran mayoría vivió bajo regímenes no democráticos. Y todo ello, a pesar de las crisis de democracia que experimentan muchos países con derivas hacia gobiernos autoritarios, corruptos y sectarios. De las personas que todavía viven en autocracias, alrededor del 90% se concentran en China.

Los conflictos violentos han disminuido. La Europa comunitaria vive el período más largo sin conflictos armados y guerras, aunque cabría señalar algún matiz. Existe una cierta preocupación por las crecientes tensiones entre China y los Estados Unidos, pero ninguna de las dos potencias quiere una guerra. Eso no fue así siempre. Desde 1500 la historia del mundo global nos muestra que las dos potencias líderes del mundo en cada momento histórico han estado en guerra más de la mitad del tiempo. Eso no ocurre desde la Segunda Guerra Mundial, al margen de la Guerra Fría.

Nos estamos volviendo también más inteligentes. Bill Gates afirma que el porcentaje promedio global del coeficiente intelectual está aumentando en aproximadamente tres puntos cada década. "Los cerebros de los niños se están desarrollando más plenamente gracias a una mejor nutrición y un medio ambiente más limpio", señala. Y, dirigiéndose al ciudadano subraya: "Piensa en cuántos símbolos interpretas cada vez que revisas la pantalla de inicio de tu teléfono o miras un mapa del metro". "Nuestro mundo de hoy fomenta el pensamiento abstracto desde una edad temprana, y nos está haciendo más inteligentes", asegura Gates.

Paralelamente, las mujeres están ganando poder político con claridad. Ahora representan más de una quinta parte de los miembros de los parlamentos nacionales en el mundo. Como ejemplo, el Parlamento Vasco, que evidentemente supera con creces desde hace muchos años ese porcentaje. Al mismo tiempo, y afortunadamente, el mundo se está haciendo eco como nunca de las justas protestas de las mujeres sobre sus discriminaciones y la violencia sexual que padecen. Aunque queda muchísimo por hacer.

Por último, cabría afirmar que, sin duda, la tecnología ayudará a salvar el planeta. La inteligencia artificial provoca temores en muchos sectores. Y es que podría empoderar a los tiranos, amenazar trabajos y afianzar discriminaciones. Pero es preciso decir que la historia está llena de ejemplos que muestran que la evolución tecnológica nos ha traído más progreso que peligros. Todo depende de cómo se usen. Las tecnologías avanzadas podrían abordar el cambio climático. De hecho, la innovación y el desarrollo de las tecnologías forman parte del núcleo de actuaciones a desarrollar para encarar dicho objetivo.

Jeremy O'Brien es un físico que investiga en los campos de la óptica cuántica, la metrología cuántica óptica y la ciencia de la información cuántica dice, a modo de ejemplo, que "la computación cuántica podría ayudar a vencer el cambio climático a través de simulaciones que podrían descubrir nuevos catalizadores para la captura de carbono que son más baratos y más eficientes que los modelos actuales". "Un catalizador para depurar el dióxido de carbono directamente de la atmósfera podría ser una herramienta poderosa para combatir el cambio climático", señala.

Por lo tanto, seamos optimistas también. Tengamos un espíritu tendente a ver y a juzgar las cosas en su vertiente más favorable para neutralizar los riesgos y las amenazas. Eso sí: tengamos claro que el optimismo surge de una actitud proactiva y trabajadora. Lo contrario sería caer en una pésima resignación y nostalgia.Senador de EAJ-PNV