Pertenecerá a la terminología alimentaria, pero es un pensamiento que me invade cualquiera que sea la cita electoral que nos propongan. Y como la ansiada urna autodeterminista sigue yaciendo en las cansadas neuronas de los abertzales catalanes, galegos y vascos, uno comienza a perder la paciencia de que en estos tiempos tan extremadamente numéricos no se nos pueda, ni tan siquiera, contabilizar. Las campañas que preceden todo tipo de elección se asemejan, una vez más, a teóricas Arcadias felices que preconizando paz, estabilidad y sana convivencia, rezuman violencia verbal y de la otra, odio, menosprecio, sectarismo y una sacrosanta unidad, no solamente para con los suyos, sino para con los sometidos, agregados de facto a su redil patrio. Me quedan claras, con nitidez, un par de apreciaciones de la lectura y observación que nos transmiten los distintos medios. En primer lugar la certeza incuestionable, a mi modesto entender, de que en el amplio abanico político español no se atisba ni la más mínima brizna de apertura democrática para con los pueblos que "acoge" en su seno. Buscan simplemente votos para perdurar y acumular dividendos. Exentos de identidad e ideología propias, cabalgan a lomos de otros rocines con diversos certificados de origen para tratar de cristalizar un modelo de España que únicamente existe en sus calenturientas mentes de reverdecidos sueños imperiales. Y hasta disponen de sucesivos reyes y vasallos judiciales para que las mil y una noches de su perpetuo cuento de hadas se hagan realidad. La segunda, íntimamente ligada a la primera, consistiría en preguntarse sobre el camino a seguir como pueblo para sortear el escollo, abandonando de una puñetera vez el consabido corralito madrileño con el que inexorablemente tratan de anestesiarnos EITB y demás adláteres. Teóricamente, las dos fuerzas nacionalistas vascas de la CAV gozan, unidas, de una mayoría absoluta incuestionable para abordar el tema con solvencia. Aun así, los criterios políticos abertzales difieren sobremanera y el bloqueo perdura cuasi permanentemente. Con un estatuto en statu quo desde hace décadas y una autodeterminación ad calendas grecas, seguimos debatiéndonos entre una autonomía con concierto de música clásica y un sueño de república vasca libre que subyace a ritmo milonguero. Un Ortuzar con buenos resultados electorales, incluidos, todo hay que decirlo, muchos votos tránsfugas peperos y algunos del pesoe, prioriza la vía de pactos o acuerdos con fuerzas centralistas, teóricamente de izquierdas, ignorando olímpicamente a la izquierda abertzale de casa para estos patrióticos menesteres. Uno trata de reconfortar el ánimo observando la alfombra, majestuosa de color, que conforman las hojas otoñales cubriendo nuestra tierra y presupone que insuflarán un abono perfecto para reverdecer de nuevo una Euskal Herria libre y soberana. Luego los vientos de sures y nortes se las llevan, tornando de nuevo en desnudez nuestros suelos. Abundan los políticos de fachada y escaso contenido que, o bien tratan de anestesiarnos con su sacrosanta vacuna de la estabilidad autonómica o nos toman simplemente por gilipollas. Con este panorama, ardo en deseos de ver como concluye el tan trajinado y estudiado expediente del nuevo estatus, para decidir si nos puede ayudar a alcanzar el kilómetro uno o nos condena a seguir como apátridas, españolizados por los siglos de los siglos. Los sucesivos retrasos, veladas discrepancias y gélidas sonrisas no parecen augurar más que un nuevo paso en falso.

En Euskadi Norte, tras el desarme de ETA y de un G7 armado hasta los dientes, los artesanos de la paz siguen batiéndose el cobre en los ministerios franceses para solventar el problema pendiente de los presos vascos. Desconozco lo que el gobierno de Gasteiz esté colaborando en este terreno, pero no me cabe la menor duda de que conoce a ciencia cierta la presión que ejercen las autoridades de Madrid sobre las francesas, constituyendo los prisioneros vascos la eterna moneda de cambio para sus variadas transacciones comerciales. Quisiera recordarles, de paso, a Urkullu y Ortuzar que entre esos vascos enjaulados se encuentra Josu Urrutikoetxea, uno más de los artífices del proceso de paz y exdiputado del parlamento vasco, que sobrevive en la prisión de La Santé, nunca un nombre de lugar fue tan adecuado a su situación, tratando de recuperar su maltrecha salud.