Tras 16 años de liderar la transformación de Boise y de convertirla en una ciudad elogiada, el recorrido del vasco-americano Dave Bieter como alcalde ha llegado a su fin. En una larga relación de méritos, se debe destacar además con claridad su clara determinación en el fortalecimiento de las relaciones entre la diáspora vasca y Euskadi.

El diario Idaho Statesman ha definido la campaña como turbia, pero siendo ello verdad también han sido meses dinámicos, de fortalecimiento de la democracia. La nueva alcaldesa, Lauren McLean, no pertenece al Partido Republicano, no ha sido una pugna entre partidos. Nuestra lógica partidista en ocasiones nos impide entender otras dinámicas electorales y políticas que conviene no perder de vista en nuestra búsqueda de nuevas formulaciones. La nueva alcaldesa sale del equipo de Dave Bieter, es también demócrata y de postulados liberales. Ciertamente, un proceso de esas características aquí es altamente improbable.

Tal vez se podría concluir que Dave Bieter ha muerto de éxito. Su éxito, dicho de otra manera, es el responsable de su derrota. Posiblemente, y ello es parte consustancial de la democracia, sectores de la sociedad en Boise habían llegado a la conclusión de que era el momento del cambio y que el ciclo había llegado a su fin. Muchos de sus habituales votantes le han mostrado su cariño y admiración, pero en esta ocasión se han apuntado al cambio. No es un fenómeno novedoso que tras un periodo de 16 años se considere la necesidad de iniciar un camino diferente con nuevos liderazgos. Por otra parte, vivimos momentos de crispación, de zozobra, de agitación y de búsqueda ansiosa de soluciones mágicas y en este contexto también Dave Bieter ha pagado con los platos rotos. La memoria se hace tremendamente frágil, arrasando incluso los espacios de agradecimiento.

Los que conocimos Boise en la década de los 80 somos testigos de su increíble y fantástica mutación. Dentro de las reuniones que periódicamente mantenía Dave Bieter con la comunidad de Boise, respondía con claridad a los reproches y dudas que muchos vecinos mostraban ante el proceso de crecimiento que conoce la ciudad, aceptando los aspectos negativos. En aquella década muchos jóvenes miraban a las grandes urbes para el inicio de sus nuevos proyectos vitales y la ciudad no ofrecía el atractivo suficiente para atraer a nuevas personas. Se sucedían las chanzas y los comentarios sobre la ciudad no eran precisamente elogiosos. El radical cambio que ha sufrido Boise es debido a su crecimiento, ese crecimiento que ahora se ha situado en el centro del debate y que, entre otras razones, ha motivado el final de la gestión de Bieter. Si Boise se ha encaramado a las listas de las mejores ciudades de Estados Unidos es fruto de muchos elementos, pero su crecimiento, hoy en entredicho, ha sido su piedra angular y en ese contexto, el liderazgo Dave Bieter ha sido incuestionable.

Boise nos sitúa ante el espejo de una realidad que se repite en muchas de las ciudades de éxito en el mundo. Todas las encuestas realizadas en Boise muestran la alta satisfacción de sus residentes por vivir en una ciudad diversa, inclusiva, joven y vibrante. Nadie quiere renunciar a ello y nadie quiere volver a la época. Pero, y aquí radica el problema, la satisfacción y el orgullo de vivir en un entorno privilegiado conlleva costos que se pretenden evitar y ello resulta difícil de conjugar. Nos atrae la diversidad, disfrutamos de ella y mostramos nuestro orgullo y compromiso con ella, pero afloran opiniones contradictorias de intentar poner límites a la llegada de californianos, de turistas o de inmigrantes. Así se disparan nuestras contradicciones, también las de los últimos que han llegado, que en poco tiempo se convierten en los guardianes de la ortodoxia en la defensa de la pureza y de las limitaciones que siempre se establecen hacia los siguientes.

Emerge también otra cuestión que al igual que en Boise marca las agendas políticas en muchas ciudades del mundo. Dave Bieter ha sido consciente del papel central que está jugando la generación de los baby boomers. Se trata de una generación numerosa, con indudable capacidad adquisitiva, capaz hoy de dirimir el sentido y el valor del voto y la que influye en muchas de las decisiones que hoy se adoptan a lo largo y ancho del mundo. Crecidos en la aurea del progresismo, hoy muestra evidentes signos de rechazo al cambio y con claros signos de mirar más al momento que al futuro.

En este contexto, no cabe duda de que existen razones que son entendibles, compartidas o no, para mostrar la oposición a la construcción en la ciudad de un nuevo estadio y de una nueva biblioteca, asuntos que han tenido una influencia determinante en el desenlace electoral. Un rechazo similar al que hace 50 años el Green Belt, uno de los iconos de Boise. Muchas veces se pagan altos precios por liderar proyectos que al principio concitan amplios rechazos. El tiempo cambia visiones, pero en ocasiones el reconocimiento llega tarde.

Penúltima reflexión. El anhelo de la diáspora siempre ha sido articular el modo de ganar visibilidad y de influir en la toma de decisiones de la política norteamericana para que los intereses de nuestro pueblo salgan beneficiados. La experiencia del lobbysmo irlandés, polaco, judío, croata o armenio nos da pistas sobre modelos, en muchos casos exitosos. En este camino hemos contado históricamente con el aliento, el compromiso y el trabajo de figuras políticas norteamericanas de ascendencia vasca de la talla de Paul Laxalt, Pete Cenarrusa y Dave Bieter. Pero no podemos depender en exclusiva de coyunturas basadas en la existencia de referentes políticos concretos de ascendencia vasca.

En primer lugar, no siempre un apellido vasco garantiza el compromiso con los anhelos del pueblo vasco, existen numerosos ejemplos. En segundo lugar, la dimensión de nuestra diáspora no nos permite contar con los recursos y posibilidades con los que cuentan otras. Esperar a que despunte la próxima referencia política de ascendencia vasca no puede ser la única bala con la que contemos en la recámara. No cabe duda de que personas como Diana Lachiondo, John Garamendi o Rafael Anchia están en condiciones de seguir gestionando el legado de los anteriores. Pero las cosas están cambiando a una velocidad que exige articular modos diferentes de actuar, adecuados a un escenario diferente. La agencia SPRI o el Instituto Etxepare son algunos de los instrumentos que responden a las nuevas realidades. Pero todo ello se debe completar con musculatura política y para ello debemos contar también con políticos que no sean de ascendencia vasca. Por ejemplo, Frank Church fue un aliado que abrió un camino que debe ser perseverado. Es el momento de articular una nueva estrategia de acción exterior que se adecúe a un escenario radicalmente diferente.

Dave Bieter deja como legado una ciudad joven (una edad media de 35 años) frente a la media de ciudades como Donostia que se sitúan cerca de los cincuenta. Hay algo que siempre obviamos: volcados siempre en parámetros estándares, nos olvidamos que hoy son los valores intangibles los que deciden la balanza en nuestras decisiones vitales y las que más que nunca van a decir el futuro de nuestras sociedades. El alma, la posibilidad de desarrollar proyectos vitales en espacios de libertad personal, la libertad de expresión, la diversidad, la meritocracia, el dinamismo? todo ello ha hecho de Boise un gran proyecto.

Bien está buscar la estabilidad, pero una excesiva previsibilidad hace perder atractivo para aquellos que deben sustituirnos en el futuro inmediato. Que no que tengamos que lamentarnos en no mucho tiempo que de tanto autocensurarnos, de autocontrolarnos, miremos atrás y no nos siga nadie, porque nadie queda. Cuanto más nos parezcamos a la Boise que deja Dave Bieter mejor nos irán las cosas. Un buen modelo para la Euskadi del siglo XXI al que tanto ha contribuido este vasco-americano durante 16 años. Eskerrik asko, Dave!