ace pocas semanas, a las adolescentes de Afganistán se les prohibió ir a clase. Primero empezaron con aulas separadas y han terminado suprimiendo las de las chicas. Ahora, a las presentadoras de televisión se les ha prohibido dar noticias a cara descubierta, o sea, que además del consabido pañuelo, se tienen que tapar también el rostro. Pronto se les prohibirá trabajar porque, ¿qué credibilidad puede tener una personas de segunda clase y absolutamente tapada? Algunos periodistas han querido mostrar el apoyo a sus compañeras saliendo en antena con el rostro tapado por una mascarilla. Pero al Gobierno talibán le va a dar igual, incluso si se ponen burka los hombres. Cuando EEUU se retiró de Afganistán quise creer que las mujeres tendrían fuerza suficiente para impulsar una revolución por sus derechos, como ha ido pasando en otras partes del mundo, apoyadas también por hombres justos. Pero cada día que pasa, la mujer está un poco más hundida en el país. Da tristeza escuchar a una informadora afgana quejándose de la falta de apoyo exterior. En teoría, tienen todo nuestro apoyo pero en la práctica van a tener que pelear solas mientras los demás no terminamos de asombrarnos de un país que no remonta por ningún lado y donde muere uno de cada diez niños antes del año. l