os que tenemos los muslos gorditos y las patas cortas, nunca luciremos tan bien como el hijo de Nati Abascal. Ya no se trata solo del flequillo, el porte, la elegancia y el saber estar, ni siquiera del aura que da tener dinerito abundante, ser de familia noble o vestir mocasín sin calcetines, que también. La longitud del fémur y las tibias finas y largas resultan claves y dan otro señorío. Un caballero como Rafael Medina, bello, puede ser bróker de porcino, carne de pollo y lo que le dé la gana. También comisionista de mascarillas y guantes de látex, aunque nunca antes se haya dedicado al material sanitario. Yo me lo imagino entrando en una reunión, da igual con quien, como una estrella de Hollywood y salir del encuentro con un acuerdo recién salido del horno. Hace dos décadas, cuando yo era joven y juerguista, también conocí a un par de personas que a las cuatro de la mañana, y después de horas de marcha, seguían con el mismo porte que al salir de casa, sin manchas en la camisa ni un pelo fuera de su sitio. Seres superiores. Toda mi admiración para ellos. Gente que ve normal cobrar un millón de euros por una gestión de días u horas, porque lo valen. El problema no es de ellos, sino de quien paga. Y les pagamos nosotros. A Medina, hasta cuando compramos alitas.