sa mezcla de silencio, indiferencia y justificación patriotera con la que han reaccionado los sectores de la derecha y extrema derecha española a las informaciones del espionaje a políticos catalanes y vascos creo que entra dentro de lo previsible. Lo que resulta más sorprendente es descubrir que el Catalangate es una criatura alimentada durante el mandato del gobierno más progresista de España, justo cuando el conflicto en Catalunya parecía encauzarse por la vía del diálogo y la cohesión interna del independentismo presentaba serias grietas. Casi una semana después de destaparse el escándalo, el presidente español sigue sin hablar del asunto y las voces que desde su ejecutivo lo han hecho piden a los ciudadanos que tengan fe hacia su comportamiento y el del CNI. A estas alturas, sería ingenuo escandalizarse por la revelación de que los servicios secretos españoles vigilan los movimientos de los sectores potencialmente peligrosos para la unidad de España y más allá; si hasta han llegado a la cama del rey emérito. Lo que interesa en el Catalangate es si Pedro Sánchez estaba al corriente; si cuando organizó la mesa de diálogo, cuando se dirigió a la sociedad catalana en el Liceu o cuando recibió a Aragonès en Moncloa, el de enfrente estaba siendo espiado con su consentimiento y aliento. Y también qué uso se ha hecho de la información capturada por Pegasus, esa suma de confidencias políticas y personales cuya utilización dispara la imaginación más calenturienta. Y si nada tiene que ver con todo eso, qué va a hacer al respecto.