prendiendo a vivir de nuevo". Así hemos resumido muchos esta Semana Santa en la que, superando fobias pandémicas, nos hemos juntado en plazas, museos, paseos y playas, olvidando conscientemente la mascarilla antes incluso de que su destierro fuera oficial. Aprendiendo, de nuevo, a mirar las agendas culturales, repletas de actos, antes rutinarios y quizás aburridos, que han cobrado nuevo sentido y emoción tras dos años de ausencia obligada por el coronavirus. Aprendiendo a hacer planes sin restricciones ni aforos -¡que venga el que quiera!- y a compartir techo sin sentimiento de culpa. Aprendiendo a bailar sin distancias y a tocar sin gesto dubitativo. Pero nos recuerdan que el virus sigue ahí y que esto no se ha acabado. La pasada semana, todavía 1.226 guipuzcoanos han dado positivo por covid-19, ese coronavirus que persiste entre nosotros, a pesar de que le hayamos dado carpetazo. La vida social se abre paso con ganas, pero todavía se escuchan voces como la del epidemiólogo experto en coronavirus animales Nacho de Blas, que en este periódico advertía de que "todavía se están muriendo demasiadas personas como para banalizar o trivializar la enfermedad". Ya hemos dicho adiós a las mascarillas, pero el sentido común también nos susurra que, en realidad, no es un destierro, sino un hasta luego.