e encuentro por la calle con una amiga. Las dos tan campantes en esta nueva etapa de covid aflojado sin nuestras mascarillas. Ya nos hemos olvidado de la distancia interpersonal y nos ponemos a charlar, mientras el sol mañanero nos calienta las cabezas. De repente, igual que cuando el astro rey deja en evidencia el polvo de la casa, percibo como nunca lo había hecho las gotillas que escapan de los labios de mi amiga. Nunca me había fijado. Son los famosos aerosoles que han estado viajando de boca a boca contagiando todo a quien han podido. Pienso que qué raro es que nunca me hubiera fijado antes pero, claro, con las mascarillas no los dejábamos escapar y antes esas burbujitas no nos daban miedo. Hemos pasado dos años muy raros. Sin parar de lavarnos las manos y algunos, incluso, con guantes todo el día, porque el covid nos convirtió en ignorantes y andábamos como pollo sin cabeza. Ahora, dos años después, sabemos que las microsalivas que salen de los humanos son peligrosas. Y las gotillas de mi amiga me dieron miedo. Hemos cambiado. Quien más quien menos ha adoptado otras costumbres entre encierros y restricciones de toda clase. Pero creo que las mascarillas se quedarán. Y como los japoneses, recurriremos a ellas con facilidad, aunque se vaya el covid.