ellini rodó hace ya unas cuantas décadas una película en la que un barco repleto de singulares personajes que escoltan el cuerpo de una cantante de ópera fallecida se encuentra en el mar con unos refugiados serbios. Era, es, cine y la historia discurría en 1914. Hoy en día, con otras guerras llamando, o no, a las puertas de una humanidad loca, hay otras naves que nos sacan los colores a quienes vivimos en lugares como este, en el que preocupa la "interrupción matrimonial" de un señor condenado, que se mueve con total libertad de aquí para allá, de Gasteiz a Bidart, y la hija del emérito, que sufrió de amnesia no se sabe si transitoria o permanente. Esa nave que va, ayuda, sostiene, salva y pelea, es el Aita Mari. Vivir entre la indignación y la perplejidad debería ser el estado normal ante las imágenes que muestran a decenas, cientos, de personas, hacinadas en barcos que en muchos casos no fondearán en ningún puerto y acabarán en el fondo del mar. Pero lo que parece normal no lo es y a las sociedades satisfechas no nos preocupan las 270 personas que consiguieron desembarcar en Lampedusa. Qué miedo nos da acoger a quienes se escapan de la miseria, de la tortura y de la muerte. Y qué poco miedo parece dar a algunos votar a quienes desean que no lleguen. En fin, dulces sueños.