ba a escribir de peajes, del encarecimiento de la vida, de las miles de víctimas silenciosas del IPC, aquellas que viven con sueldos congelados mientras el pan sube diez céntimos y llenar el depósito de gasolina supera los 80 euros, pero la niña estaba intentando hacer los deberes y a veces pregunta. Y pregunta cosas que soy incapaz de descifrar y al final tengo que intuir, en un ejercicio de fina deducción. No es que me resulte complicado el quinto curso de Primaria, ni las mates, ni otras materias que, aunque suene pretencioso, aún estoy en condiciones de afrontar a esos niveles. El asunto es que los enunciados de los libros de texto son una auténtica basura en muchos casos: preguntas que no sabes qué preguntan, más retorcidas que el demonio algunas; y mal formuladas otras. Ambiguas. No sé si es el euskera: si yo sé poco o quien no se apea es el que edita los libros. Desconozco quién los elige, si los lee antes, si ya está acostumbrado a formulaciones enrevesadas o si, simplemente, nuestra lengua se ha convertido en una herramienta artificial que deja de tener sentido; pero me empiezo a preocupar. Por cierto, a mí también me impresiona ver a Urdangarin de la mano de otra y me pregunto si pasa por su Zumarraga natal de camino a Bidart o esquiva el canon por la N-I, pero estoy hasta la pera del covid.