n mes y medio hemos pasado de que Pedro Sánchez proclamara en el Congreso que estas navidades iban a ser mejores que las anteriores a reimplantar la obligación de las mascarillas en la calle como primera de las varias medidas que ya se están cocinando para contener un virus que circula sin ningún control hace muchos días. Estamos en la sexta ola y no sabemos todavía a qué altura de la cresta. La variante ómicron tiene la cualidad de ser muy contagiosa por lo que no es fácil intuir cuánto nos queda para salir de esta situación. Mientras, en la sociedad, el cansancio, el hartazgo y la irritación son crecientes, así como el desconcierto por unas restricciones que se creían incompatibles con este nivel de vacunación. El principal problema, en cualquier caso, es la tensión hospitalaria, con una plantilla exprimida tras dos años de incesante lucha contra el virus y que se ve envuelta, por sexta vez, en esta pesadilla. Para que se hagan una pequeña idea de la exigencia que supone este virus, en los últimos días en la sanidad pública vasca se están haciendo del orden de 20.000 test diagnósticos diarios, cuando el 10 de octubre apenas eran 1.800. Decía Einstein que si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo. Hasta ahora, la secuencia ha sido lluvia de contagios, restricciones, normalidad. Con la población diana cerca de estar protegida con la vacuna y ante la eventualidad de una séptima ola, creo que tan prioritario como frenar al virus debe ser cuidar al sistema sanitario, preservar la salud emocional de la gente y recuperar la economía.