o primero que pensé cuando supe de la muerte de Verónica Forqué fue Qué pena más grande. Lo segundo, más egoísta, un Menos mal que no escribí de su paso por Masterchef porque cualquier cosa que escribiera sonaría aún más injusta, aunque estuviera escrito cuando ella estaba viva. Pero fui incapaz de escribir del tema porque ella, la presentadora de Como la vida misma, aquel programa que ya no recuerdan ni en Antena 3; la actriz de Kika, La vida alegre o ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y la protagonista de las series Eva y Adán, agencia matrimonial o Pepa y Pepe no parecía estar bien, así que lo fui aplazando para ver si la cosa se encarrilaba de alguna manera porque aquello que salía por la tele no parecía sano. Tras abandonar ella el programa y montar sus responsables un dragón de dos cabezas como ganador, retomé la idea pero la cancelé con un Eres periodista, no médico. O quizás es que ella me maravillaba tanto que no me apetecía criticar su conducta, no lo sé. Pero me pregunto si las crueldades que escribieron de ella tras participar en Masterchef acrecentaron su depresión y me alivia, egoístamente, no haber caído en la provocación que buscó el programa y haber visto que detrás de aquellos gritos y manotazos estaba el dolor pero también el brillo de la siempre adorable Verónica Forqué.