n político ya desvinculado de la actividad municipal me dijo un día que más valía que los donostiarras no descubrieran cómo se elige al premiado con el Tambor de Oro porque, de desvelarse, los ciudadanos exigirían la desaparición del galardón. Hay que reconocer que no es fácil dar con un candidato al gusto de todos los grupos políticos en aras a la unanimidad que el elegido merece, ni acertar con el nombre que reúna las condiciones que, reglamentariamente, no pasan de ser "relevantes" o "adecuadas". No hay más que repasar la lista de los elegidos a lo largo de los últimos años para comprobar que el galardón evoluciona sin un rumbo determinado, como si fuera un indigesto trámite con el que cumplir. Aquello de que la persona elegida tiene que reunir en sus méritos algún tipo de acción en favor del buen nombre de la ciudad pasó a la historia. La crisis por el caso Angels Barceló animó a probar una nueva fórmula, delegando en el pueblo la decisión. Pero al pueblo no le entusiasmó la idea. La participación fue muy baja y el resultado (Rosa García, rostro de Stop Desahucios) abría una espita de incierta evolución. Retomada la fórmula clásica, se acaba de desvelar que el elegido este año fue Félix Zubia, jefe de la UCI del Hospital Donostia, pero que declinó el honor porque el mérito contra la pandemia es colectivo. Ayer, en las redes sociales, todo eran merecidos elogios para Zubia, sin reparar que la miserable filtración deja a la galardonada, la artista Esther Ferrer, ante la evidencia de que es un segundo plato.