erdóneme si me repito y hablo del coronavirus aquí también, pero la sensación de déjà vu de estas últimas 24 horas y el desasosiego posterior no me permiten desviarme del tema. He escrito mucho sobre el coronavirus, o sobre los datos del coronavirus mejor dicho. (Una confesión: tengo un bonito excel lleno de colorines que hace un mes desterré y he tenido que recuperar ahora a raíz de las nuevas medidas del Gobierno Vasco). De un día a otro, el mapa de municipios que ya nos es tan familiar ha vuelto a ganar protagonismo y muchos hemos regresado al hábito de mirar cuál es la tasa de incidencia de nuestro pueblo. Pensábamos que íbamos a celebrar la Navidad como antes, y ahora nos preguntamos si podremos juntarnos con nuestros seres queridos. Esta montaña rusa de sensaciones que supone pasar de la euforia de la libertad recuperada al desánimo de ver que las fiestas de invierno, recién rehabilitadas, pueden desaparecer del calendario institucional tiene una preocupante incidencia en la salud mental de la población. Se veía venir, sí, como tantas veces, pero lo obviamos, como otras tantas; y aquí estamos. No es la casilla de salida, pero sí una vuelta atrás que cada vez cuesta más aceptar. ¿Será la última?