ada vez brotan más situaciones en las que se antepone la estética a la comodidad. El antiguo refrán Para lucir hay que sufrir, que se aplicaban algunas para justificar su ropa a presión y sus taconazos, ha pasado del atuendo exterior al interior de los hogares. Las salas llenas de estanterías con libros ya no quedan guay en Instagram y las cocinas, cuanto más minimalistas mejor, al menos hasta que se extienda la moda (ya realidad en otros países) de los grandes fogones de gas. Hay quien prefiere que no haya trapos a la vista junto a la vitrocerámica y quien se pirra por una aceitera clásica, pero no quiere arriesgarse a que la gotilla grasienta caiga sobre la reluciente en encimera. También hay quien opta por no poner escobilla en el baño porque bonita, lo que se dice bonita, realmente no lo es. Pero tampoco dejan junto al váter un par de guantes de goma, detergente y estropajos por lo que pueda pasar. Las modas siempre han existido y los seres humanos necesitamos de la belleza, según los cánones del momento, pero que no anule lo práctico o esconda la vacuidad. Hasta los dirigentes del G-20 se pliegan a las chorradas tirando moneditas hacia atrás a la fuente en Roma, como turistas siguiendo los mandamientos. Esperemos que no sea un gesto vacío.