Pedro Sánchez ha salido de Salamanca en modo campeón tras una conferencia de presidentes en la que ha domado a las fieras a base de vacunas y millones de euros. De momento son promesas, pero el balón sigue girando y el partido sigue vivo. En lo que respecta a Euskadi, la cita de esta cogobernanza tan singular, sus prolegómenos y su desarrollo, ha vuelto a poner en evidencia la patraña del discurso unionista cuando atribuye al marco autonómico constitucional un valor de encuentro y convivencia para la mayoría frente al más allá, donde solo hay ruptura y enfrentamiento. Pero recurrir de nuevo, como se ha oído estos días, a la teoría del “chantaje” y a los “privilegios” nacionalistas por el mero hecho de cumplir con lo que establece la ley demuestra que ese mínimo común denominador que se atribuye al estatuto no es sino un dique de contención para frenar eventuales aspiraciones de mayor autogobierno. Se vuelve a demostrar que es el unionismo el que somete el cumplimiento del estatuto o las negociaciones bilaterales que emanan del Concierto a una deliberada imagen de mercadeo de bazar, como si fueran concesiones a un tahúr hábil en el arte del regateo. Podemos imaginar qué sería del autogobierno vasco, al que quieren mantener congelado en la foto fija de 1981, si sus acuerdos dependieran de lo que pueden negociar la matriz y su franquicia.