uando empezaron los chats, un compañero de trabajo se pasaba las tardes en ellos. Si me daba la vuelta, allí estaba dándole a la tecla. Si me levantaba a la impresora, lo mismo. Si me acercaba a preguntarle algo, igual. A pesar de todo, cumplía su tarea. O eso parecía. Ahora, sucede lo mismo con las redes sociales. Cualquiera puede estar trabajando y, a la vez, opinando a diestro y siniestro en Twitter o metiendo fotos de su finde en Instagram. Pero lo que es más gracioso es que en los propios plenos de las instituciones, algunos electos compaginen lo que se supone que es su debida atención a los debates con la participación en las redes. El artista visual belga Dries Depoorter ha creado una herramienta de inteligencia artificial que vigila a los parlamentarios de Flandes en las retransmisiones de las sesiones. En cuanto el instrumento detecta que tal o cual electo está mirando el móvil, le manda un mensaje público en el que le pide que se centre. Además, un pequeño vídeo se añade a la reprimenda virtual y el personaje queda recuadrado en la imagen. El artista dice que no quiere reñir a los políticos sino solo subrayar los riesgos de la vigilancia masiva. Estaría divertido si lo activasen en nuestros ayuntamientos y otras cámaras. Las rollísticas sesiones serían seguidas por muchas más personas.