medida que las vacunas van haciendo su efecto en el rebaño retornan las viejas costumbres. Las cumbres de mandatarios europeos ya no se celebran a la japonesa, con dirigentes saludándose con una inclinación, o en plan árabe, llevándose una mano al pecho. Los golpecitos con los codos se transforman en codazos tipo partido de basket y las distancias se reducen tanto, que terminan por dejar de existir. Tras meses de cumplir con las indicaciones de mantener las distancias, de pronto nos damos cuenta de que ya no las seguimos y vamos creando las melés de antaño. Periodistas alrededor de algún portavoz y su micrófono, autobuses completos, cuadrillas apretadas y, esto ya es más nuevo, grupos de extranjeros disfrutando de unas vacaciones. El domingo al atardecer unos ocho francesitos con sus bebidas en vasos de plástico paseaban ilegalmente con cara de felicidad por Donostia y otras tantas anglófonas salían de un portal mirando mapas en el móvil. Amén de las celebraciones futbolísticas. La lejía, alcohol y geles desinfectantes que nos han dejado la piel a tiras también empiezan a escasear y por primera vez en meses eché de menos el dispensador cutre atado al mostrador con cinta adhesiva en la frutería. Y nosotros, sin necesidad de pegamento, vivimos cada vez más pegados.