ltimo domingo por la mañana. Una enfermera sale del Hospital Donostia. Acaba de terminar su turno nocturno y se monta en el autobús para retornar a casa. No recuerda que esa noche finalizaba el estado de alarma. Como tiene por costumbre, se coloca los auriculares y escucha un ratito de noticias antes de llegar a casa, tomarse un café con leche y meterse en la cama. Solo en su ciudad se han contabilizado 20 botellones, nueve fiestas ruidosas en casas, accidentes de tráfico leves y peleas en las primeras horas sin estado de alarma. La enfermera recuerda a los conocidos que llevan tiempo clamando por el fin del estado de alarma, a los que lo hubieran dejado más tiempo, a sus hijos deseosos de poder salir de noche y disfrutar un poco, a los trabajadores de la hostelería que piensan en recuperar sus empleos, a los que defienden que el autocontrol es más que suficiente... Ya en pijama, la pasada jornada laboral se le repite en la cabeza. Metida en la cama, da vueltas y no puede dormir. Busca en la mesilla el teléfono de una psicóloga que apuntó hace unos meses, cuando creía que ya no iba a poder más. Aunque su fuerza le hizo remontar. Lo deja a mano para más tarde. Cuando se despierte quizás le llame. Se tapa con la manta y se echa a llorar.