scribo estas líneas pocos minutos después de las doce de la noche de este domingo. El juego que puede llegar a dar una pandemia. Lo mismo sirve para rendir homenaje al personal sanitario que para despedir el estado de alarma, que no el virus, con gozo y alborozo. Con esta crisis, de la que algún día dejaremos de dar la pelmada, todos nos hemos convertido un poco en poli de balcón, atalaya útil donde las haya para calibrar el ánimo del personal y censurar lo que hacen los demás. Ya sé que los periodistas somos manipuladores y todo eso, así que antes de nada pongamos los puntos sobre las íes: en la mayor parte de los hogares reinaba la calma. Dicho esto, al lío. Por la derecha unos tipos berreaban ¡libre, como el sol cuando amanece, yo soy libre! A mano izquierda lenguas de trapo que ya no estaban para cantar pero sí para brindar un ongi etorri descomunal a la nueva era. Mi yo censor y políticamente correcto me dice que el texto va bien, segurola y previsible, con el dedo acusador apuntando a esa juventud insolidaria con los muertos de la pandemia. Pero como de censuras vamos servidos, cambiemos de prisma. ¿Qué se puede esperar de un hijo, léase sociedad, sometido durante un año a una disciplina castrense si sus padres se las piran de buenas a primeras? Pues eso, como el sol cuando amanece.