a compra centralizada era una buena idea, porque nos hacía más fuertes y garantizaba un reparto justo de las vacunas entre todos los miembros de la UE. Pero la confianza en la capacidad de las autoridades comunitarias se ha esfumado. Ya llamaba a la sospecha que Europa no hubiera sido capaz de fabricar un antígeno propio, pero la gota que ha colmado el vaso ha sido la chapucera gestión de la compra y, sobre todo, con todo el operativo en marcha, la manera de dinamitar la vacunación provocando dudas en la seguridad de los pinchazos, inoculando, en grandes cantidades, desconfianza y miedo que solo pueden dar alas a los negacionistas. Y mientras, en el Reino Unido, esas islas que parecían condenadas a pagar su soberbia, se aprestan a celebrar la inmunidad de rebaño con la apertura de los pubs después de varios meses cerrados. Los expertos aseguran que a partir de mañana los británicos habrán alcanzado un escenario que en Europa solo podemos imaginar. Qué se puede esperar de unas autoridades que acaban de ser humilladas por un aspirante a sultán, al que nuestros proclamados valores nada le importan y sienta a la primera autoridad de la Unión en un sofá, lejos de la conversación de los hombres. Europa se la juega, porque si esta es la respuesta ante el único problema que preocupa ahora mismo a los ciudadanos, tras el brexit llegará el eurexit.