odos hemos cumplido un año estos días. Menos los que se han ido, claro. Podemos soplar una vela, la primera de nuestra nueva vida anormal. Cuando murió Franco, las Torres Gemelas, el 11-M € son fechas que algunos tenemos tatuadas por la impresión que nos generaron. Y ya han pasado años. Pero la noticia del confinamiento de hace doce meses también se nos ha quedado grabada y así seguirá. En mi caso, recuerdo el día que cerraron los polideportivos, lo que dejó a un amigo colgado por la calle. Me lo encontré, charlamos un poco porque llegaba el bus y cuando quiso darme un beso de despedida le dije "¡no!", que había que mantener las distancias. Luego me fui corriendo y pensé en qué bruta había sido. No le he vuelto a ver cara a cara, aunque sí por medio de pantallas, sé que está bien, pero le debo un abrazo. Y lo pongo en la lista para cuando podamos hacerlo. Incluso en el mejor de los casos, si derrotamos al covid a fuerza de vacunas o se desintegra por su propia voluntad, nunca seremos los mismos. Ya no lo somos. Tendremos que aprender a vivir con una nueva alegría, relativa y embozada. Y entretenernos como sea. Ahora tenemos el bonito culebrón político, que empezó con Murcia y añade un capítulo cada día, a cada cual más cutre. Y encima terminará mal.