ara caminar estos días por la calle hacen falta una mascarilla y un relato. Si no tiene relato, no se preocupe, porque a estas alturas del siglo, cualquier vendedor de crecepelo le conseguirá uno. Y si no, se lo inventará, que es otra manera de alcanzar el mismo objetivo: un relato que será mejor si tiene sus símbolos. Y si hay que inventarlos también se inventan. No olvidemos que nuestra sociedad tiene la pasmosa facilidad de convertir cualquier chorrada en un símbolo. La facilidad de darle más trascendencia a cualquier bobada que a aquel fuera de juego mal pitado que nos hizo perder aquella final. El siglo XXI es el de las chorradas convertidas en símbolos. Y los símbolos de verdad pasan desapercibidos. Véase la visita del papa Francisco a Mosul, la plaza donde en 2014 el Estado Islámico proclamó su califato. De donde en plena guerra huyeron 500.000 personas; de ellas, 120.000 cristianas. "Si Dios es el Dios de la paz —y lo es—, a nosotros no nos es lícito hacer la guerra en su nombre", ha proclamado el papa en un escenario rojo rodeado de ruinas entre las conocidas Cuatro Iglesias. Uno de los mayores símbolos de lo que llevamos de siglo XXI. Ese siglo que prefiere por lo general las chorradas como símbolos. El Estado Islámico prometió invadir Roma. Su obispo ha dicho misa en Mosul.