e pareció fabuloso leer, ayer, la noticia firmada por nuestro compi Jurdan dando cuenta de que en la biblioteca de Hondarribia alguien ha devuelto un libro que se llevó prestado hace seis años. Hay libros que se le atragantan a uno y cuesta terminarlos, y otros que gustan tanto que uno no quiere deshacerse de ellos. También es verdad, como apuntaba el artículo, que están los que quedan enterrados entre los libros de uno, esos que lucen lomo en la estantería pero pocas o ninguna vez se abren. No sé cuál fue el caso de este Ortzadar arraina, que entiendo que ahora pasa a tener dos ejemplares en Hondarribia, aunque todos querrán que les presten el desaparecido, claro, que tiene una historia igual de original o más que la que cuenta en sus páginas. A mí me maravilla que si te retrasas un día te quiten un mes el carné pero si lo haces seis años no pase absolutamente nada, ni te cobran el libro que no has devuelto, ni ponen tu foto en un cartel de lectores sospechosos de evadir libros, que también estaría muy bien y daría para escribir un relato bien apañado. La noticia me alegró una mañana de lluvia y despedidas, pero me trajo el recuerdo de aquella carta manuscrita, fechada en Bergara, en la que un chaval de 18 años daba cuenta de sus intenciones suicidas y que llegó hasta mí dos décadas después entre las páginas de otro libro cogido en una biblioteca.