a semana pasada estuve analizando los índices bursátiles internacionales y ponía que he engordado otro kilo. Son 11,5 de mejora ya en doce meses y la cosa pinta fea, aunque sigo con las esperanzas intactas. Total, si las aerolíneas son capaces de bajar un 15% en un solo día en el parqué, yo también podré bajar 2.037 gramos a la semana. Es cuestión de enganchar la racha buena. Pero esta se resiste. El otro día se encajó el balón del chaval en una cubierta de difícil acceso. Lo malo no es que el esférico se quedase allí, porque admito que ya no estoy para esos trotes; lo chungo es que ni lo intenté. Otro padre dijo que ya le pediríamos la escalera al operario municipal y ni discutí. Hace unos años posiblemente me habría caído de cabeza desde cuatro metros, pero lo habría intentado. Ayer fuimos con la escalera y ¡voilá!: el balón no estaba. Fui al ayuntamiento, no sea que algún ciudadano ejemplar lo hubiese dejado allí. Pero nada, oiga. Parece que los pueblos pequeños empiezan a tener los mismos encantos que las urbes. Es el segundo balón que perdemos en poco tiempo, por cierto. El otro se encajó en un balcón y al parecer el propietario ha decidido que pa él. Como en mi barrio a principios de los 80. Sálvese quien pueda. Terminaremos jugando a tirarnos piedras.