uestra de que estamos contribuyendo a que nuestros hijos e hijas se conserven como criogenizados en una perpetua y exigente adolescencia, es que cuando hay una comida familiar o se les da la opción de elegir menú, se decantan por la socorrida y muy poco ligera pareja de macarrones y pizza, aunque ya hayan cumplido los 18. Yo recuerdo que cuando era una niña, si mi madre ponía vainas para comer, que entonces odiaba y hoy me encantan, lloraba para dos días, porque sabía que al siguiente tocaba sopa con el caldo de cocción. Impensable planteamiento hoy en día. Pues mira por dónde que a algunos y algunas les va tocar espabilar, COVID manda. En algunas ikastolas los mayores se han quedado sin jangela y tendrán que enfrentarse a la terrible realidad de comer tomate en ensalada o puerros con patatas bastantes veces, porque a los que tenemos cierta edad y después nos toca ir a trabajar nos sienta mejor que la lasaña en bocadillo. Pero también tienen nuestros jóvenes millones de virtudes y las están demostrando con la loca realidad del coronavirus. Se adaptan incluso a tomar potes con la familia, poca opción más les queda. De esta seguro que acaban aprendiendo a comer fruta y a preferir el pescado a la plancha. Más si les toca cocinar y después fregar.