uando un mes antes de que París cayera ante las tropas nazis Pétain fue llamado al Gobierno francés, el mariscal era embajador en Madrid. Tenía 83 años y una victoria en Verdún, que con 300.000 muertos equivalía a vivir otro tanto. En plena Segunda Guerra Mundial fue llamado a volver al Gobierno y el resto de la copla es bastante conocida. La evolución resulta incluso lógica a ojos de la historia. El presidente Reynaud renuncia y Pétain, jefe del Gobierno partidario de firmar un armisticio con Berlín, se pone en Vichy al frente de media Francia (la superior se la quedó Hitler). Como el entrenador de fútbol que equivoca su papel de mero salvador del descenso en diez partidos, Pétain va más allá de firmar un armisticio y cree que puede hacer renacer Francia. Parte de Francia, como el cardenal de Lyon, también lo cree: al fin y al cabo, el Norte vive bajo ocupación... La neutralidad de Vichy, como cualquier otra neutralidad, no es tal y Pétain irá aniquilando su imagen de héroe nacional hasta que mañana hace 75 años arrancó un juicio que acabó el mismo día que la Guerra Mundial. Vista la edad de Pétain, De Gaulle le conmutó la pena de muerte por alta traición por la cadena perpetua que cumplió en Portalet y una isla atlántica. Allí, lejos de donde yacen los héroes de Verdún, sigue enterrado.