e consta, porque alguna conozco, que hay personas a las que les gusta vaciar armarios, que disfrutan echando a la basura las camisetas que no se ponen o los bolsos anticuados. Lo viven como una liberación, una renovación. No soy de esas personas. Cada vez que tengo entre manos un jersey con algún agujerito, se me ocurre que le puedo dar otra oportunidad, recuerdo que lo llevaba aquella noche tan especial o se me ocurre que me podría servir como ropa de casa y acabo salvando de la quema un montón de prendas que vuelven a las bolsas, donde estarán otra temporada. Sé que no me las pondré, pero me queda la esperanza de que en un año vuelvan a estar de moda. Pocas veces pasa, por no decir nunca. Cuando, definitivamente, me veo obligada a reconocer que ya no hay futuro para el jersey, lo llevo al contenedor de ropa con cierta sensación de traición, de abandono y siempre estoy tentada de volver con él a casa. No lo hago, y me siento un poco más madura. En fin, como la vida misma. Vas superando etapas, diciendo adiós a personas y vivencias y encontrando otras nuevas. Pero siempre, o casi siempre, te queda en el recuerdo aquel momento que no volverá, queremos agarrar el tiempo, el jersey que se fue al contenedor. Pero hay que avanzar porque para atrás no se puede ir y, además, es imposible. El jersey de este año es precioso, tiene un color más vivo.