a realidad siempre supera los planos hipotéticos y lo que hace dos semanas era una Mesa de Redacción sobre el poder absoluto de las compañías sobre la revisitación (edición o censura, como prefieran) de obras que no se ajustan a la moral actual, hoy se convierte en un ejemplo práctico con tintes de campañas de marketing. No voy a argumentar sobre la polémica de la HBO sobre Lo que el viento se llevó, pero sí que me gustaría que volvamos sobre la dependencia con respecto a las plataformas que, a día de hoy, se han consolidado como productoras y, a la vez, en distribuidoras de las obras fílmicas, como Disney (¿Recuerdan El atlas de las nubes?). Son ellas las que deciden cómo usted va a consumir una película: si va a tener oportunidad de ir al cine o si solo la podrá ver en una plataforma; y, por supuesto, si esa cinta quedará colgada en el catálogo y a la vez se editará (o no) en DVD o BluRay. Estudios recientes hablan de una relación inversa entre el auge de las suscripciones y del consumo en VODs y la edición y compra del formato doméstico que, día a día, se está transformando en algo para coleccionistas. Les decía en mi última Mesa que corriesen a comprar sus películas favoritas para tener en casa (compren dos copias por si acaso), no sea que las únicas versiones disponibles sean las que las marcas decidan que deben estar colgadas en la red, en función a las creencias de cada época, esas con las que les que dan a entender que los espectadores son menores de edad que deben ser tutelados.