sí como se dejan de plantar semillas porque siempre es más rápida la floración del esqueje, también se buscan atajos para la búsqueda de resultados inmediatos, en una sociedad que huye de sí misma y que imprime un ritmo tan vertiginoso que eso de cultivar la paciencia es casi de anacoretas. Pero, se quiera o no, una cosa es el imparable desarrollo tecnológico, el crecimiento descontrolado que impone el mercado neoliberal -que no está para contemplaciones-, y otra bien distinta el parsimonioso curso de la naturaleza. La colisión de trenes es inevitable, y cada vez se estila menos eso de regar a diario la tierra. El asunto es que a la naturaleza se le domestica hasta cierto punto porque, por definición, es libre, y cuando se encabrona se cobra su pieza. Algo de ello ocurre estos meses en los que resulta tan patético como indignante escuchar a diario memeces de gobernantes que incluso llegan a recomendar tragarse detergente para combatir un virus que nos retrata en nuestra extrema fragilidad. Hay una suerte de espiral diabólica en esa confrontación entre un sistema que, ya no es que se decante por esquejes para ahorrar costes y tiempo, sino que fabrica flores de plástico en cadena. Visto lo visto, no estaría de más probar a ver qué tal con eso de regar a diario la tierra.