stuve en dudas hasta el último momento. No sabía si titular esta columna así o poniendo en mayúsculas una palabra que algún colectivo pudiera considerar denigrante. Las surfinias visten el balcón de mi casa todos los veranos y ni siquiera las pandemias han conseguido alterar eso. Cuando me casé, no entendía nada. Pero como soy de perfil bajo, me callé y asentí. ¿Poner flores en el balcón? Digamos que no me opuse. El segundo año las cosas eran diferentes. Yo, que en 2007 descubrí las matemáticas y me di cuenta de que nos habíamos gastado 80 euros en plantas, di toda la tabarra que pude. En balde. De nuevo, surfinias en el balcón. Para entonces yo ya no veía nada. Solo menos euros en la cuenta. Total, que a Pavlov no le conocí, pero dicen que le metía a los perros unos calambrazos que pa qué. Y este año, yo mismo echaba en falta color en el balcón. Habíamos puesto un par de banderas, sí, de esas que dicen que todo saldrá bien, que superaremos esta pandemia, y tal... Pero me faltaban las surfinias. Cuando las pones, por cierto, no entiendes nada, porque están sin florecer y solo ves el agujero en la cuenta. En pocos días, sin embargo, tu balcón da gusto mirarlo y te sientes mejor persona, menos vinagres. Y no entiendes a Pablo Casado.