l principio de la crisis sanitaria una idea incierta hizo su pequeña fortuna: "El virus mata solo a las personas mayores". En muchos casos no eran titulares pensados para señalar a este colectivo, tampoco lo eran las opiniones que se vertían en la cola del supermercado confinado. "¡Son solo datos!", defendieron algunos. La idea quedó sembrada y semanas después florece en cuadrillas de jóvenes que se arremolinan media tarde en una terraza atestada: "¡Si el virus no nos afecta a nosotros!". En el barrio de Salamanca se ha propagado otra cepa diferente de la misma idea, la variante egoísta que ya equivocó a los constructores del Titanic, que pensaron que eran los reyes del mundo. "El virus no nos afecta". Los mayores son los demás. Como si no conocieran a ninguno. Como si nunca aspiraran a serlo y pedir entonces respeto. Como si no fueran conscientes de la fragilidad de todo. De la vida. En un concierto a finales de 2010, Mikel Urdangarin presentó así Hauskor: "Desde que naces te enseñan a ser duro, a no llorar. Y tratas de mantenerte fuerte, seguro, cuando quizá la vida sería más llevadera si desde el principio nos dijeran que somos frágiles, que algún día nos romperemos". Y no por avanzar en las fases de la desescalada dejamos de ser frágiles como nos sentimos en marzo y abril.