urante esta pandemia hemos visto cómo surgían varios elementos cotidianos que se han convertido en iconos. El más importante, sin duda, ha sido el papel higiénico del que buen uso hizo en este periódico nuestro columnista Joseba Gorriti -espero que le vaya bien en su nuevo quehacer profesional-, pero las colas no se quedan atrás. Hemos esperado en fila india para entrar al supermercado, a la farmacia, al autobús y, ahora, para, en la nueva normalidad, sentarse en una terraza. El pasado sábado me convencieron para tomar algo y después de dar una vuelta entre terraza y terraza, decidimos pararnos a esperar a que cuatro amigos terminasen con su consumición. Durante la media hora de espera, se fue formando la cola y también apareció el mítico listo que preguntó a ver si la hilera era para toda la terraza o para una mesa en particular. Una vez sentaditos y con nuestra cañita en la mano, comenzaron las angustias: el camarero presionando para que siguiésemos pidiendo y los que venían por detrás, esos con los que hasta hace nada comentábamos lo absurdo de la situación, mirándonos con ojos reprobatorios como diciendo "Ya podrían terminar". Es así como te das cuenta que, quizás, tomar una caña en la vía pública no compensa tanto, y que va a volver a hacer cola Rita la cantaora.