sta semana cumpliremos dos meses sin vernos. Habitualmente, pasamos horas y horas juntos cada día, pero ahora nos conformamos con leer nuestras tonterías en grupos de WhatsApp o hablar lo mínimo por teléfono para algo concreto. Con algunos tenemos una especial empatía y con otros menos, o ninguna. Con algunos charlamos de algunas cuestiones personales y con otros, solo de trabajo. Pero nos llevamos bien. O lo intentamos. Entre todos formamos un cerebro mayor que el que cada uno esconde en su cráneo y nos vamos ayudando. A veces a golpe de grito. Las respuestas, al menos para algunos de la vieja escuela, se encuentran muchas veces antes levantando la voz a los cielos que tecleando en Google, porque siempre hay gente que sabe. El teletrabajo tiene muchas ventajas en circunstancias como las que no ha tocado vivir pero también algunos inconvenientes. Y echamos de menos los estornudos de alguno, el tecleo furibundo de otros, las salidas chistosas de aquella, la sonrisa inteligente de otra, incluso el mutismo de alguno. Me acuerdo mucho de mis compañeros los corresponsales de las comarcas, que siempre trabajan en total soledad. Como los nuevos teletrabajadores. El barullo y el calorcillo de la redacción que tantas veces nos ha sobrado ahora nos falta.