e visto todos los capítulos de la fabulosa serie documental The Last Dance (El último baile), que destapa las interioridades de los Chicago Bulls en la temporada 1997-1998 y, vaya, no me había fijado en que, por lo visto, Michael Jordan tiene los ojos amarillos. Entre que uno no distingue bien los colores y rara vez se fija en los ojos del personal, ya sean verdes o pistacho, no había caído en la cuenta. Me había fijado en que Jordan tiene unos kilos de más y un casoplón, Larry Bird es un abuelete de 63 años y Scottie Pippen tiene voz de encantador de serpientes. Pero lo de los ojos amarillos, ni olerlo. El caso es que varios periódicos deportivos le han dedicado espacio al asunto aportando las más diversas teorías. El asunto me viene de perlas para hablar de lo importante y lo accesorio o, lo que es lo mismo, de lo que es general y de lo que es una excepción. De cuántas veces damos suma importancia a quien se salta las reglas en perjuicio de los demás, y no reparamos en que la inmensa mayoría cumple a rajatabla las normas. Sucede con el dichoso virus. Las redes sociales arden cuando alguien incumple las reglas, pero apenas subrayamos que una mayoría de ciudadanos se ha comportado y ha seguido las normas y recomendaciones con ejemplaridad. Y no lo digo yo. Lo dice el jefe de la Ertzaintza.