odavía me acuerdo, aunque han pasado muchos años, de la emoción que sentía cuando siendo adolescente o joven muy joven (no meto en esta categoría a los de 35, como en algunas encuestas) esperaba la llegada del verano con esa ilusión que nace de las ganas de disfrutar de las noches cálidas, los encuentros festivos, las largas tardes en la playa, las parrandas... Me parece que fue ayer cuando el viernes me ponía nerviosa ante el fin de semana y sus promesas, casi nunca cumplidas. Cuando tenemos en casa esas peleas de gallos tan frecuentes entre los adolescentes y los jóvenes muy jóvenes y la ama (yo misma) fuera de control, intento pararme y recordar lo lista que me sentía hace 30 años, lo cargada de argumentos, lo profundos que me parecían mis razonamientos, aunque tengo que reconocer que no siempre, casi nunca, lo consigo. Eso era a.c. (antes del coronavirus) porque ahora quiero dar las gracias a esos gallitos por hacérmelo más fácil, por aguantar que se hayan truncado sus sueños de estío en la edad en la que un verano es una eternidad; por no montar una revolución cuando en la fase más social sus relaciones son tan limitadas. Esta txandapasa les ha dejado descolocados y nadie, o casi nadie, se acuerda de ellas y ellos. Yo sí, y aunque les de vergüenza, mila esker maiteak.