sta tarde se cumplen 25 años desde que Elgorriaga Bidasoa, aquel equipo que lanzaba chocolatinas a la grada, se proclamó campeón de Europa en Zagreb tras una lluvia de sillas de plástico, que es una gran manera de hacer historia. Entonces era un niño cuya memoria tomaba apuntes como un pintor puntillista. Pinceladas que suenan al Go West! de la megafonía de Artaleku en aquellos partidos. Pinceladas que saben a monedas de chocolate. Pinceladas de aquel choque de Croacia que miles de personas vimos en una pantalla gigante, pinceladas de aquel aeropuerto de Sondika donde nos dejaron esperar a pie de pista la llegada de la Copa de Europa, y pinceladas de una celebración en la esquina del balcón del ayuntamiento. Pinceladas inconexas de ese cuadro en el que, cuando no se era consciente de qué era Europa ni una Copa, la felicidad era ver a los demás muy felices. Esa alegría sin mucha razón, que es la más completa. Años después de aquella tarde, dejé atrás aquel niño, que es cruzar una frontera entre dos países en mitad de un bosque, sin aduanas. Avanzar en la vida es perder seres queridos y difuminar el pasado. Hasta que llega un aniversario. El que nos une con la gloria pasada, que tiene un punto de presente cuando recuerda en voz baja y a su estilo que debemos lo que somos a lo que fuimos.