ace más de 30 años que la Real no llegaba a la final de Copa. Por fin, este año lo había conseguido y además le esperaba en la cita el Athletic, en lo que se presumía como el derbi más grande y dramático de la historia. Ayer era el día, pero el coronavirus se ha cruzado en el camino y ha enviado el partido al limbo, a la espera de un momento que, a día de hoy, es una incógnita. Las ilusiones y los sueños alimentados por los aficionados de los dos equipos vascos durante el largo camino de la clasificación que conducía a Sevilla suenan hoy a broma, e incluso, a irreverencia ante la magnitud de la tragedia humana, social y económica que ha provocado la epidemia. Acostumbrado a recibir una atención desmedida, el fútbol rumia su confinamiento consciente de que el virus desnuda su auténtica relevancia, más allá del fabuloso negocio que alimenta. Alguien dijo una vez que el fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes. Una frase discutible, pero si tomamos fútbol como sinónimo de lo que nos gusta, de lo que nos permite compartir, de excusa para socializar y para construir comunidad, sin duda es lo más importante de las cosas menos importantes. Y lo que es el fútbol para algunos, es para otros el teatro, el cine, la música o cualquier otra cosa que ocupa nuestro tiempo más preciado, el tiempo libre, que siempre es mucho más placentero cuando se disfruta acompañado, en vivo y en directo, al aire libre o bajo techo, pero rodeados, y lo que es más importante, acompañados de gente.