Tras una reprimenda de mi ama por dejar una blasfemia escrita en mi última Mesa, voy a hablarles, al fin, del exabrupto que profirió el crítico Miguel Ligero y que el periodista Pedro Vallín utilizó para titular su ensayo cinematográfico ¡Me cago en Godard! (2019), que pone a los informadores ante un espejo incómodo. Vallín argumenta, con ejemplos que arrancan la carcajada, que el cine europeo se mira al ombligo, mientras que el estadounidense es mucho más progresista. No se arruga en afirmar, además, que los críticos juzgan con un tamiz marxista y desde posturas dicotómicas: ahí está el producto que es arte, el de Godard, frente al que es simple artesanía, el blockbuster. Así defiende que, realmente, el Lex Luthor en Superman (1978) es "un alcalde valenciano" del PP que busca recalificar tierras y que el neoliberalismo estadounidense en el cine es "un lugar común"; que las mujeres en la screwball comedy y las femme fatale son modelos de emancipación; que en las obras mudas de Chaplin y compañía habita "un aliento socialista" y que no todo filme tiene por qué tener una lectura política; todo ello mientras también da alguna pista sobre cómo se tuvo que reír Östlund al recibir la Palma por The Square, crítica a la considerada alta cultura que todo ciudadano debe visionar antes de visitar Tabakalera.