Mañana se cumplen 75 años de la liberación del campo de exterminio de Auschwitz por parte de soldados del Ejército Rojo en su ofensiva final hacia Berlín. El campo, ubicado en suelo polaco, es el mayor símbolo del holocausto judío y de la barbarie nazi. En su interior murieron más de un millón de personas, la mayoría gaseadas como parte de un plan elaborado por los jerarcas del Tercer Reich para solucionar el problema de los judíos europeos. Auschwitz, Treblinka, Madjanek, Dachau o Mathausen son algunos de los más de 50 nombres que han quedado asociados para siempre a la maquinaria de aniquilación nazi; la toponimia del crimen planificado cuya sola mención estremece pero sirve para mantener fresca la memoria de la deriva del fascismo y el racismo en la primera mitad del siglo pasado en Europa. Pese a los esfuerzos que desde entonces se han realizado para contener este virus, vuelve a resurgir con fuerza bajo formas actualizadas y con objetivos renovados que atraen a millones de europeos. No existen soluciones mágicas para su erradicación y como reconoció ayer el presidente alemán Frank-Walter Stenmeier: "Quisiera poder decir que aprendimos la lección de la historia, pero no puedo". Aquí al lado, en España, los herederos de los amigos que perpetraron Auschwitz despliegan alfombra roja a los nostálgicos de todo aquello. Y no parecen sentirse muy incómodos.