Hay declaraciones que por sí mismas podrían desactivar horas de radio y tele. Las del presidente murciano ayer deberían bastar en cualquier otro país normal en circunstancias normales para que el sainete del mal denominado veto parental decayera: “No me consta que haya ninguna denuncia de los padres. En ningún centro de Murcia se está adoctrinando”. La papeleta del presidente, de soplar y sorber a la vez, era de órdago: defender la validez de una medida como la del veto, pensada para que los padres salven a sus hijos del peligro de adoctrinadores, mientras defiende a los propios educadores y a un sistema educativo que cuenta con contrapesos como los inspectores si algún docente se pasa de la raya. La falta de altura política al entrar al trapo de esta ocurrencia cuando no había quejas deja en evidencia a dos formaciones que dicen querer situarse en el centro. Porque quien utiliza la libertad de los padres como sinónimo de neutralidad busca instaurar otro modelo. Y eso, que es buscar argumentaciones para justificar un fin, es en lo que han convertido la política: el arte de inventar problemas para generar polémicas de cuya gestión comunicativa uno se pueda beneficiar electoralmente mientras el problema grave, el nivel educativo, ya lo arreglarán otros.