Previsiones fallidas

– Tengo la íntima convicción de que los cojo-tanques que, finalmente, van a enviar a Ucrania Estados Unidos y varios países de la UE, incluyendo el Estado español, van a servir de bien poco. Me baso en mi intuición completamente ayuna de conocimientos sobre las cosas del guerrear, que desde que comenzó la invasión se ha demostrado tan válida o tan inepta como el saber acumulado de los presentados como expertos en cuestiones bélicas. Hagan memoria y recordarán a toda esa pléyade de generalotes y estrategas del copón invitados a todas las tertulias de la tele que pronosticaban sin ningún género de dudas que Rusia se merendaría a su vecino en un suspiro. Decían también entonces, entre los aplausos de los más progres del lugar, que ayudar militarmente al Gobierno de Ucrania todo lo que haría sería prolongar el sufrimiento un par de semanas o, como mucho, un mes. Ya vamos camino del año redondo, y las previsiones no se han cumplido ni remotamente… lo que tampoco ha impedido que reincidan en leernos la buena ventura.

Simbólico

– A falta de mejor base, de entre todas las teorías que he leído y escuchado sobre el envío, me quedo con la que sostiene que los carros de combate no van a cambiar sustancialmente el curso de la guerra, pero que sí suponen un aliento simbólico digno de consideración. El mensaje que se manda al país sometido a castigo es que hay un puñado de gobiernos de cierto tronío que, de momento, no le van a dejar en la estacada. Que después vayamos a ver cómo alguno de los ingenios no llegan a arrancar o quedan hechos fosfatina al primer pepinazo de los rivales es algo que, me temo, tampoco se va a evitar. Y me temo igualmente que, una vez satisfecha la demanda, llegarán nuevas solicitudes de personal que sepa manejar las máquinas y/o mantenerlas en estado de revista.

¿Hay que rendirse?

– Desde luego, para quienes simpatizamos muy poco con los artilugios de matar y menos con quienes se hacen de oro vendiéndolos, no es plato de gusto ver cómo se trasiega con ellos. Pero la cuestión es que, se diga lo que se diga, no hay mejor alternativa. Once meses y pico después del comienzo de la operación de castigo ordenada por un sátrapa sanguinario, resulta ventajista y brutalmente fariseo clamar por la diplomacia. Intento tras intento, Putin ha dejado claro que nada le va a hacer renunciar a su plan de someter a Ucrania. Y si la solución de los abanderados del progreso es la rendición y la entrega de la soberanía ucraniana al Kremlin, que por lo menos tengan la decencia de decirlo con esas palabras.