Más de 40 años

– 28 de octubre de 1982. Yo acababa de cumplir quince años, pero tengo un recuerdo diría que bastante fresco no solo de ese día sino de los meses anteriores. Porque aquella mayoría absoluta del PSOE y el desplome inmisericorde de la UCD gobernante hasta entonces se había empezado a cimentar, como poco, tras la dimisión de Suárez y el (auto)golpe de estado en pleno en que se iba a escoger al sucesor del “truhán del Misisipi”, como lo motejó Alfonso Guerra. El tiempo demostraría que aquel tipo, el de Cebreros, con sus muchísimas carencias y sus incontables sombras, fue mejor persona y seguramente mejor mandatario que el que se encumbró tal día como hoy hace 40 años.

Ilusión fallida

– No sé si es curioso, divertido, paradójico o simplemente indignante que al calor de la efémeride, Felipe González Márquez esté siendo pintado como un estadista de primera línea, incluso por los que en su día lo ponían de vuelta y media. Tanto que solemos andar a vueltas con la memoria (histórica, democrática, da igual el apellido), el trato que recibe el individuo es la prueba de que, en realidad, nos movemos mejor en el terreno del olvido voluntario y el borrado de los hechos contantes y sonantes. Porque, si es verdad que su llegada a Moncloa –en la que mucho tuvieron que ver los poderes ocultos que manejaban los hilos del planeta; está escrito– provocó una oleada de sincera ilusión, muy pronto se vio que las esperanzas eran infundadas.

Lo que no se recuerda

– Por lo que nos toca más de cerca, ya tuvimos un anticipo del nulo peso de sus palabras, cuando se fue al cajón aquella pancarta en que se leía “Nafarroa Euskadi da” ante la que Felipe gritó “Gora Euskadi Askatuta!”. Fue un ensayo del salto del “OTAN, de entrada, no” al “Por responsabilidad, OTAN, sí”. Todo eso, mientras en lo económico se promovía una política de demolición industrial que golpeó con especial saña en Euskal Herria. Y según caían las empresas de toda la vida y se multiplicaba el número de parados, se instalaba lo que se llamó “Cultura del pelotazo”. La especulación hizo ricos a un puñado de vivillos, buena parte de ellos, con carné socialista. Los casos de corrupción no cabían en los titulares. Pero aún hubo algo peor que eso. Para luchar contra el terrorismo de ETA se optó, no solo por la vía policial más dura y por la promulgación de leyes que reventaban los derechos básicos, sino, además, por la creación, instrucción y financiación de un grupo de mercenarios que se dedicó a torturar y ejecutar a los señalados como enemigos. Nada de esto se nombra en las celebraciones oficiales. l