¡Vaya tres!

– La imagen que ilustra estas líneas da para mil comentarios de texto. El primero, sobre el curioso terceto reunido. Cada vez que le acercan un micrófono a Felipe González, no duda en poner de vuelta y media a Pedro Sánchez, y ahí los tienen, uno a la vera del otro, reivindicándose mutuamente. Qué decir del tercero en supuesta concordia. José Luis Rodríguez Zapatero, que prometió a su retirada que se dedicaría a mirar nubes, le echó una buena colección de zancadillas al Sánchez recién instalado en Moncloa. Poco tardó, eso también es verdad, en pasarse a la cuerda de cobistas por el módico precio de recibir aire y pasta para sus andanzas internacionales, mayormente en América Latina y, de forma más concreta, en la Venezuela de Chávez y Maduro, esos adalides del libre pensamiento y la defensa de los Derechos Humanos.

¿Democracia?

– No es baladí, como nos gusta decir a boca llena a los opinateros, lo que reza la leyenda del carteluco: “40 años de democracia. 40 años de progreso”. Se nos está contando, frente a las versiones oficiales, incluida la de Victoria Prego, alias Sor Transición, que la tal democracia no llegó al reino hispanistaní con Adolfo Suárez por insuflación cuasidivina del Borbón hoy expatriado, sino siete años después de la muerte del bajito de Ferrol, con la victoria del PSOE en las generales del 28 de octubre de 1982. Y si peinan las canas que un servidor o alguna más, no queda otro remedio que reírse a lágrima viva. Aquel triunfo perfectamente monitorizado por los líderes del “mundo libre” y aliados no supuso nada que se pudiera imaginar que conllevaría la toma del poder por parte de un partido nominalmente socialista.

Blanqueamiento sin pudor

– Poco tardamos en comprobarlo, especialmente en estos pagos. Las grandes gestas de los primerísimos gobiernos socialistas fue la desindustrialización salvaje, el cerrojazo a los regímenes singulares de la demarcación autonómica y la foral, la barra libre para los pelotazos y las corruptelas sin cuartel, la persecución del antimilitarismo y, lo peor de todo, la creación de una estructura llamada antiterrorista que consistía, justamente, en practicar el terrorismo de estado. Reivindicar ese legado con las sonrisas desparpajudas que se aprecian en la fotografía es pura y simplemente blanquear toda esa serie de tropelías y hacerse partícipe de ellas. Ténganlo también en cuenta los que sostienen parlamentariamente al individuo que aparece en el centro de la imagen. Menuda autoenmienda a la totalidad de la recién aprobada ley de Memoria Demócratica. Pero, ¿a quién le importa?