onstatado que la persistencia de la pandemia del covid-19 no ha permitido la reacción vibrante del crecimiento económico sobre la que existían expectativas razonables a principios de 2021, el próximo año se contempla con una mayor prudencia pero con la esperanza de consolidar definitivamente una recuperación sostenida de la actividad. Nuevamente, el devenir de la pandemia tendrá mucho que decir sobre esas esperanzas pero, con independencia de ella, se reproducen las tensiones clásicas entre parámetros tradicionales de la ecuación económica. Para empezar, el riesgo de que la inflación se consolide en cifras superiores al 4 o el 5%, como ha sucedido este año pese a que la demanda interna no haya tenido protagonismo, puede ser un nubarrón importante. Precios altos por factores ajenos a la demanda son siempre un problema. Las alertas se disparan ante la perspectiva de que los salarios escalen en busca de la recuperación del poder adquisitivo y provoquen la indeseada consolidación del Índice de Precios al Consumo (IPC) en los niveles actuales. Siendo este un riesgo cierto, no lo es menos que la pérdida de capacidad de gasto en el último año ha sido significativa en relación a los precios. La economía europea, la española y la vasca difícilmente se pueden permitir un objetivo de crecimiento sostenido sin una demanda interna fuerte. Y esto depende de la percepción de seguridad pero también de la objetiva capacidad de gasto. Por contra, la estabilización del tejido económico pasa tradicionalmente por la contención de los costes de producción. Las empresas han gestionado su sostenibilidad mediante ajustes laborales, salariales y los consabidos ERTE. Para complicar aún más la ecuación, la necesaria participación del gasto público en el crecimiento económico está condicionada por la capacidad de recaudación. Salarios bajos, actividad recortada y consumo contenido se traducen en menos ingresos fiscales. La perversión de la ecuación surge de los factores que la desestabilizan, como el precio de la energía o la ruptura de las cadenas de suministros, que deberían ser prioritarios y no tratarse como dificultades coyunturales como si pudieran solventarse por sí solas. Aplicarse a ellas acercará el equilibrio de costes, contendrá precios, hará asumibles salarios que recuperen poder adquisitivo y, con ellos, la demanda interna que sostiene una porción central del crecimiento.