a visibilidad que aporta una jornada como la de hoy, 25 de noviembre, en el combate necesario para erradicar de nuestra sociedad la violencia contra las mujeres no oculta que tenemos otros 364 días en el año en los que el trabajo de las y los profesionales públicos -servicios sociales, sanitarios, policías...- permite dotar de una estabilidad y calidad de vida mejores a miles de mujeres. Los números son fríos a la hora de proyectar la dimensión real de la experiencia trágica de la agresión y la amenaza, de vivir con miedo y necesitar asideros con los que salir del cenagal de la violencia. Pero también son retadores para el conjunto de las y los ciudadanos de este país. Más de 5.000 mujeres protegidas mediante diferentes mecanismos de seguridad el pasado año son la muestra de lo largo que sigue siendo el camino. La protección de la víctima, la coerción del victimario y la educación en convivencia son las herramientas con las que avanzar en la construcción de una sociedad de iguales. Tras las más de 2.800 de mujeres agredidas en distinto grado hay otras tantas historias con otros tantos rostros y otras tantas voces que merecen ser escuchadas. Su verdad, su justicia y su reparación también deben tener un espacio en las políticas públicas y la concienciación colectiva. Así se viene haciendo, pero nada sustituirá al compromiso de todas y todos con el bienestar de las mujeres. Un bienestar del que somos corresponsables no porque tengamos una obligación ética -que la tenemos- sino porque marca la medida de nuestro desarrollo. La igualdad de género también es un factor de sostenibilidad de nuestro entorno que se deteriora con las prácticas que lo agreden y también con la indolencia, el desentendimiento de las personas. Los pasos dados en otros campos están consolidando una conciencia colectiva sobre un necesario cambio de paradigma en nuestra relación con el medio ambiente, la actividad económica y la educación. El del respeto a la dignidad de todas las mujeres, de todas las personas, es un campo que demanda también un cambio de paradigma porque la amenaza de la desigualdad social, económica, profesional, cultural que padecen muchas mujeres es una forma de explotación igualmente destructiva de nuestra capacidad de desarrollarnos como sociedad de un modo sostenible. Violentar a una parte de nosotras y nosotros es violentarnos a todas y todos.