a experiencia parlamentaria de esta semana ha permitido evidenciar que la estabilidad del Gobierno de Pedro Sánchez solo se puede basar en un ejercicio mucho más intenso de coordinación de iniciativas y consenso con las fuerzas políticas de las que depende y a las que acostumbra a buscar in extremis, cuando la amenaza de una derrota en el legislativo es más que evidente. Durante el último año, Sánchez ha jugado la carta de que la alternativa a su estabilidad son las elecciones anticipadas y que ese escenario, con la derecha al alza, no conviene al conjunto de fuerzas políticas que abogan por encarar los problemas del Estado desde el diálogo y la cooperación. Tiene razón en ese diagnóstico en el sentido de que la deriva de las derechas españolas las hace en estos momentos un interlocutor inviable de los partidos de representación minoritaria. Pero se equivoca gravemente con una estrategia de desatención que no se solventa con un borrón y cuenta nueva amortizando a sus ministros. El nuevo equipo de Sánchez deberá acreditar que es consciente de la dependencia del Gabinete de una estabilidad que no puede aportarse a sí mismo. Sus interlocutores tienen agendas muy claras, en el caso del PNV y el soberanismo catalán especialmente. En el caso vasco, existen compromisos por cumplir que no pueden estar vinculados a la conveniencia de un momento concreto. Hay una hoja de ruta escrita y rubricada en la que la credibilidad del presidente está comprometida y que no puede quedar al albur de estrategias a corto plazo. Es esa fórmula precisamente la que le ha situado en dificultades por su incapacidad para acudir al Congreso con las mayorías precisas ya asentadas en un diálogo previo, una consulta y un consenso de sus iniciativas. Sánchez tiene que corregir un rumbo en el que pone en evidencia que le incomoda no disponer de mayor capacidad de maniobra. Sin paños calientes, es momento de que admita que depende de otros para gobernar y que estos tienen que ver satisfechas sus expectativas, más que razonables, para que respaldar a este Gobierno tenga sentido. Los mensajes más recientes en este sentido quieren ir en esta dirección y le hacen acreedor al tiempo -limitado- para reconducir esas relaciones. Pero, sin adquirir carácter de ultimátum, Sánchez debe entender que la manija de su tiempo no está en sus manos.