as elecciones al Parlamento Vasco del próximo domingo 12 de julio se plantean con incertidumbres que van más allá de los modos en la apertura oficial ayer de la campaña y de las encuestas previas sobre intención de voto que muestran un mayoritario respaldo al Gobierno encabezado por Iñigo Urkullu, también en la gestión de la pandemia durante los últimos cuatro meses, incluyendo la decisión de posponer primero y convocar después las elecciones. Es evidente que estas no van a ser inmunes al impacto del coronavirus en la sociedad y en cada una de las 1.788.602 personas que conforman el censo electoral vasco de cara a estos comicios, como se demuestra en el arranque de las solicitudes de voto por correo, que multiplicarían el habitual porcentaje situado por debajo del 5%. El mero hecho de que el procedimiento de voto responda a las necesidades de prevención y distanciamiento social supone una alteración de los hábitos electorales cuya incidencia en la participación se desconoce cuando la mayor o menor afluencia a las urnas ha sido siempre en nuestro país un factor relevante en los resultados y en la capacidad para conformar mayorías. Sin embargo, esas mismas incertidumbres confirman que la sociedad vasca afronta las que son posiblemente las elecciones más trascendentales desde la denominada Transición por cuanto de ellas saldrá, como entonces, el gobierno que deberá pilotar una nueva transformación socioeconómica, y para ello también política, de nuestro país, el gobierno que deberá proporcionar certezas en la administración de los recursos, también en la gestión de las necesidades, para resituar a Euskadi en un escenario global cambiante durante la próxima legislatura, cuatro años de una década, la tercera del siglo XXI, llamada a alterar profundamente los principios de las relaciones sociales, económicas y entre naciones. Las elecciones del 12-J no son, pese a los discursos aferrados al pasado de la descalificación que ya se han evidenciado en el arranque de campaña e incluso antes, unas elecciones en las que repetir el viejo pero tantas veces rentable modelo de la confrontación y el exceso verbal, sino para plantear a la sociedad vasca, a cada uno de sus votantes, la necesidad de que refrende un proyecto que desarrolle de modo inmediato la Euskadi del futuro.