xperimentamos un fenómeno curioso, derivado con toda probabilidad del shock reciente y en el que aún se encuentra la sociedad por la experiencia amarga de la pandemia de coronavirus y sus efectos aún vigentes. En cualquier caso, la atención centrada sistemáticamente en el presente sanitario contagia a medios de comunicación, agentes políticos y sociales y es muy difícil sustraerse a ella aunque los hechos empiezan a recomendar orientar nuestra atención creciente hacia las secuelas económicas, sin que esto implique en ningún grado desatender la obligación de seguir respondiendo a la necesaria seguridad pública. Pero ocurre que, al margen de la presencia de brotes de enfermedad que ya estaban descritos y anticipados por doloroso que sea sufrirlos, la solvencia con la que los servicios sanitarios están gestionando las necesidades médicas es innegable. En paralelo, comienza a ser más que evidente que el impacto socioeconómico está siendo y va a ser profundo. Con mayor o menor virulencia, la pérdida de actividad y empleo auguran doce meses de serias dificultades en todos los ámbitos relacionados con la economía. También en el apartado de la gestión pública ante la evidente pérdida de recursos fiscales que parece augurar el desplome del PIB. En ese sentido, conviene no perder de vista que a la estrategia paliativa del coste social de la crisis -en forma de Ingreso Mínimo Vital-, imprescindible en términos de ética solidaria, hay que acompañarla de una específica en clave de reactivación económica. La recuperación de la actividad y el crecimiento es la única fórmula que permitirá no cronificar la necesidad de subsidiar a una parte significativa de la sociedad. La advertencia de organizaciones económicas internacionales y de los propios servicios de estudios de los gobiernos, bancos centrales y organizaciones empresariales son coincidentes: ya está aquí una profunda sima económica que requerirá de medidas públicas y privadas proactivas para dar lugar a un rebote suficiente en los próximos dos años. Ese debate debe empezar a tomar forma en el Estado y debe estar también en el centro de las propuestas electorales en Euskadi. Cómo vamos a crear riqueza es un desafío para el conjunto de la sociedad y pasa por rescatar del shock social los paradigmas de la innovación, la formación y la productividad, imprescindibles mecanismos previos para repartir esa riqueza.